Aprender a vivir es aprender a observar, absorber, analizar y utilizar el saber que vamos acumulando con el paso del tiempo. Pero
convertirnos en personas maduras, equilibradas, responsables -y, por
qué no decirlo, felices en la medida de lo posible- nos exige también
distinguir, describir y atender los sentimientos.
Sólo cuando conectamos con nuestros sentimientos, los atendemos y
jerarquizamos, somos capaces de empatizar con los sentimientos y
circunstancias de los demás. No es más inteligente quien obtiene mejores calificaciones en sus estudios sino quien pone en práctica habilidades que le ayudan a vivir en armonía consigo mismo y con su entorno.
La gente más feliz, no son quienes tienen el mejor expediente académico, ni el mejor trabajo, sino los que han sabido exprimir sus habilidades y aplicar bien su inteligencia emocional.
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